Hace siete años, el Ayuntamiento de Getxo se felicitaba por haber encontrado una “solución ética y moderna” al problema de las colonias de gatos callejeros. En marzo de 2018, el entonces alcalde Imanol Landa y el socialista Txefo Landa presentaban con entusiasmo el método CES (Captura, Esterilización y Suelta), convencidos de que con él se acabarían las molestias de los felinos: los maullidos nocturnos, los marcajes, las camadas y los conflictos vecinales.
Siete años después, la realidad demuestra que el remedio ha resultado peor que la enfermedad. Hoy, Getxo se enfrenta a una plaga de ratas como no se recuerda en tiempo, mientras las colonias de gatos —enemigos naturales de los roedores— se han reducido drásticamente por la aplicación sistemática del CES. La ironía es evidente: en el intento de “controlar” a los gatos, el municipio ha perdido su mejor defensa contra las ratas.
Desde 2019, cuando se capturaron y esterilizaron 105 ejemplares, el Ayuntamiento llegó a ampliar el programa a diez colonias felinas. A partir de ahí se comenzó a trabajar también con los espacios privados pero solo cuando los residentes o propietarios lo solicitasen.
El año pasado, el Consistorio destinó 87.000 euros al control de los gatos, 5.000 más que en 2023. ¿Y el resultado? Menos gatos, más ratas y más quejas vecinales.
Basta pasear por las calles de Algorta, Romo o Las Arenas para comprobarlo. Comerciantes y vecinos relatan cómo los roedores han tomado parques, contenedores y jardines. “Antes los gatos mantenían el equilibrio. Ahora las ratas campan a sus anchas”, dicen. No es una exageración: cuando se altera el equilibrio natural, la naturaleza responde. Y esta vez, lo ha hecho a mordiscos.
El método CES, defendido como una herramienta “ética y sostenible”, se ha convertido en una política desequilibrada que ignora la interdependencia entre especies. La teoría dice que esterilizar y soltar gatos ayuda a estabilizar las colonias. La práctica muestra que, al reducir su número sin reforzar otras medidas de control, se deja el campo libre a los roedores.
Defender el bienestar animal no puede hacerse a costa de poner en riesgo la salud pública. No se trata de demonizar el método CES, sino de admitir sus límites y corregir sus efectos. Mantenerlo como está, pese a los resultados, es insistir en un error caro y contraproducente.




