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El vergonzoso «acto simbólico» de Ongi Etorri Errefuxiatuak en el Puerto Viejo promoviendo una invasión migratoria

Un grupo de activistas radicales decidió convertir el Puerto Viejo de Algorta en un escenario de provocación el pasado domingo. La plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak, respaldada por el chiringuito izquierdista Ecuador Etxea, organizó una farsa grotesca bajo el título «Lo que la mar nos trae», simulando la llegada de una decena de «inmigrantes» desde el mar, como si fuera una romántica bienvenida.

Este acto no buscaba solo acoger a refugiados, sino abrir las puertas de par en par a todo aquel que entre en España y, en particular, en Getxo, sin importar las consecuencias para un municipio ya desbordado y perjudicado por la delincuencia importada.

El comunicado de Ecuador Etxea, cargado de hipocresía, pintaba este circo como un despertar de «conciencia». «Algorta amaneció este domingo con una de esas llegadas que no suelen abrir los informativos nacionales», afirmaban, como si las verdaderas tragedias de la inmigración irregular –muertes en el mar, colapso de servicios públicos y comunidades locales al límite– fueran un simple decorado para su postureo moral.

Hablaron de «refugiados, tiendas de campaña, fronteras y humanidad», exigiendo «techo, seguridad y condiciones de vida humanas» en una Europa que, según ellos, usa la burocracia como «frontera» y el mar como «filtro selectivo». ¡Qué noble! Pero omitieron que migrar no es un «derecho» ilimitado cuando implica saltarse leyes, saturar recursos y desestabilizar barrios como los de Getxo.

El manifiesto, redactado con esa «obstinación tan poco mediática», señalaba que muchos inmigrantes terminan «viviendo en la calle, escondidos entre bosques o expulsados del paisaje urbano», porque el problema de la pobreza se resuelve «cuando deja de ser visible».

Sin embargo, en Algorta y por supuesto en todo Getxo, esa pobreza no es invisible. Es una plaga que destruye la convivencia.

Aunque el acto no se centró explícitamente en la causa palestina, las imágenes mostraron numerosas banderas propalestinas ondeando al viento del Cantábrico, un detalle que añade un matiz provocador en un día tan sensible dado que el mundo estaba apunto de conmemorar el segundo aniversario del atroz atentado del 7 de octubre de 2023, perpetrado por los terroristas de Hamás contra un festival de música en Israel –donde más de 1.200 inocentes fueron masacrados en un acto de barbarie–.

Este simbolismo refuerza la percepción de un evento desconectado de la realidad, más interesado en la propaganda que en soluciones prácticas. Exigir que se acoja a «todo el que entra» en un municipio como Getxo, que ya sufre una alarmante llegada de inmigración irregular, es un insulto a los vecinos que enfrentan las consecuencias diarias de esta política de puertas abiertas.

Este «acto simbólico» no es un gesto de humanidad, es más bien un descarado efecto llamada, una invitación a que más personas lleguen en pateras, sabiendo que hay un grupo dispuesto a recibirlos con flores y aplausos. Mientras el resto del país se pregunta si acoger da votos o solo problemas –y la respuesta es clara: problemas, cuando es descontrolado–, estos activistas convierten el Puerto Viejo en un escaparate de irresponsabilidad. En tiempos de fronteras inteligentes y recursos limitados, su idealismo es un lujo que Algorta no puede permitirse. Basta de farsas: es hora de priorizar a los getxotarras que pagan impuestos, sufren la inseguridad y ven su pueblo transformado en un polvorín. Si Ongi Etorri Errefuxiatuak y Ecuador Etxea quieren humanidad, que empiecen por respetar la de los vecinos. De lo contrario, esto no es un deber democrático, es un sabotaje