En los últimos meses se ha intensificado una campaña de oposición al proyecto del Subfluvial de Lamiako, una infraestructura estratégica que conectará las dos márgenes de la ría del Nervión —Leioa y Getxo con Portugalete y Sestao— mediante un túnel de 3,2 kilómetros. Los detractores, en su mayoría vinculados a colectivos contrarios al vehículo privado, intentan presentar esta obra como un “ataque al medio ambiente” y un “proyecto obsoleto”. Sin embargo, basta con contrastar los datos técnicos y el contexto metropolitano para concluir justo lo contrario: el Subfluvial es una infraestructura clave para la descongestión, la eficiencia energética y la libertad de movilidad en Bizkaia.
Los informes técnicos elaborados por SENER e IDOM indican que el túnel permitirá desviar más de 60.000 vehículos diarios de los corredores más saturados de la provincia, especialmente de La Avanzada y Rontegui, dos puntos críticos cuya congestión diaria representa uno de los mayores focos de contaminación, estrés acústico y pérdida de productividad de toda la comarca.
Reducir el tiempo medio de trayecto entre ambas márgenes —actualmente de hasta 40 minutos en hora punta— a menos de 10 minutos implica un ahorro directo en combustible, emisiones y horas perdidas en atascos. Paradójicamente, los mismos colectivos que critican el proyecto por “aumentar las emisiones” omiten que los atascos prolongados son, de hecho, uno de los principales generadores de gases contaminantes.
En el fondo, la oposición al Subfluvial no es técnica: es ideológica. Una parte del discurso público ha convertido al vehículo privado en un símbolo de lo que se debe erradicar, sin entender que el coche no es el problema, sino una herramienta esencial para millones de ciudadanos.
El automóvil representa autonomía, flexibilidad y libertad individual: valores que no se pueden suprimir mediante dogmas climáticos ni restricciones coercitivas. En municipios dispersos como Getxo, Leioa o Sestao, donde la vida cotidiana exige desplazamientos múltiples —trabajo, colegios, atención sanitaria, comercio local— el vehículo privado sigue siendo insustituible.
Defender su uso responsable no es un gesto de negacionismo ambiental, sino de realismo social. No todos los desplazamientos se pueden realizar en metro o bicicleta, y pretender lo contrario es desconocer la geografía, el clima y la estructura urbana de Vizcaya.
Refutando los argumentos ambientales
Los opositores al Subfluvial afirman que la obra “contradice los objetivos de descarbonización” y “aumentará la demanda inducida de tráfico”. Esta lectura ignora tres hechos fundamentales:
1. El tráfico inducido no es sinónimo de contaminación.
Los vehículos actuales son cada vez más limpios. La progresiva electrificación del parque automovilístico reducirá las emisiones netas, independientemente del volumen de tráfico. Las previsiones de la Diputación Foral sitúan el porcentaje de vehículos eléctricos o híbridos en más del 40% para 2030, cuando el túnel esté operativo.
Un tráfico más fluido, compuesto por coches menos contaminantes, implica menos emisiones globales que miles de coches parados en los embotellamientos de Rontegui.
2. El impacto ambiental está controlado y compensado.
La Declaración de Impacto Ambiental (DIA) aprobada contempla planes de compensación y revegetación, control del ruido y la calidad del aire, y una gestión responsable de los residuos generados en la excavación, que se destinarán a proyectos portuarios en Santurce. Es decir, no hablamos de un daño ambiental, sino de un aprovechamiento eficiente de los recursos.
3. La congestión también contamina.
Cada minuto de un vehículo atascado equivale a emisiones innecesarias. Mejorar la fluidez del tráfico no significa fomentar su uso indiscriminado, sino optimizar la movilidad existente. El Subfluvial aliviará los puntos más saturados del Gran Bilbao y mejorará el transporte público al liberar espacio en las vías principales.
Los colectivos contrarios al túnel invocan un “nuevo paradigma de movilidad post-carbono” basado en la bicicleta, el peatón y el transporte público. Nadie discute la necesidad de mejorar estos modos, pero pretender sustituir totalmente al coche privado es una quimera.
El área metropolitana de Bilbao no es Copenhague ni Ámsterdam. Su orografía, dispersión de núcleos y condiciones meteorológicas limitan el potencial real del transporte activo. Además, la red de metro y tren de cercanías ya soporta una alta demanda y no puede absorber todos los desplazamientos intermunicipales sin colapsar.
El coche seguirá siendo el medio más eficiente para millones de trayectos. Negarlo desde un prisma ideológico no resuelve el problema: lo agrava.
Los críticos hablan de “coste de oportunidad” y de “dinámica de dependencia del carbono”. Sin embargo, los 543 millones de euros presupuestados deben verse como una inversión estratégica, no como un gasto.
El Subfluvial generará empleo local durante más de seis años, potenciará la actividad logística e industrial de la Margen Izquierda y aumentará la conectividad empresarial en toda la comarca. Además, reducirá la presión sobre infraestructuras envejecidas como Rontegui —cuyo mantenimiento es cada vez más costoso— y optimizará la movilidad general del entorno metropolitano.
Hablar de “zonas de sacrificio” en Artaza es tergiversar la realidad: los accesos estarán diseñados con medidas acústicas, ventilación controlada y zonas verdes compensatorias. No se trata de destruir el entorno, sino de integrarlo mejor.
El Subfluvial reducirá tiempos, mejorará la seguridad viaria, equilibrará los flujos entre márgenes y fortalecerá la competitividad económica del entorno portuario y empresarial. Y, sobre todo, devolverá a los ciudadanos algo que demasiadas políticas urbanas tratan de limitar: la libertad de decidir cómo moverse.
El Subfluvial de Lamiako no es el enemigo del medio ambiente. Los carteles, consignas y lemas que intentan demonizar esta infraestructura se apoyan más en ideología que en datos.
Mientras tanto, miles de ciudadanos seguirán cada mañana atrapados en los mismos atascos que este proyecto pretende aliviar.
Frente al ruido, la realidad técnica y social es clara: el túnel es una apuesta por la eficiencia, por la economía y, sobre todo, por la libertad de movilidad que define a una sociedad moderna.




