Vivimos en tierra de folclore y arraigadas tradiciones que merece la pena conservar. En esto nos parecemos a irlandeses, valones, bávaros y napolitanos entre muchos otros pueblos que, aunque distintos en carácter y maneras, se esfuerzan en guardar su patrimonio cultural. Esto es bonito y meritorio porque, además, las canciones folclóricas son una forma oral de transmitir la historia. Da gusto ver cuando llega el verano nuestras calles pobladas de txistularis y tamborileros que van de bar en bar amenizando los tragos del personal.

No obstante, y como siempre ha de haber ovejas negras, algunos vamos a contra corriente y hemos asumido como propias otras músicas, otros instrumentos y otros bailes. Así, sin asomo de rubor, amenizamos nuestras celebraciones al son del banjo, el steel lap y la guitarra de cuerdas de acero, tan americana ella, y en vez de vibrar con los versos de Ruper Ordorika o Mikel Laboa, lo hacemos con las letras de Wailong Jennings, Jonnny Cash o Hank Williams, unos borrachos de tomo y lomo cuyo ejemplo no puede ser bueno para nadie. Tengo para mí que esto no puede deberse sino al exceso de Coca Cola que nos dieron de pequeños con ocasión de cumpleaños, comuniones y bautizos.

De esta pelambre son los algorteños Dead Bronco, un grupo cuyos componentes parecen salidos de una destilería clandestina de Virginia. Con su primer disco, In Hell, la cadena inglesa BBC les declaró grupo revelación del año y con el segundo, Penitent Man, giran ya por medio mundo. Están en lo más alto y me parece justo traerles aquí porque la idea de hacer una columna en un periódico de pueblo pasa por dar lustre a todo lo bueno que sale de él, sin que se nos pase una. Si no somos nosotros quienes les vemos el mérito, ¿quién lo va a hacer? Pues eso.

Yo me acuerdo de cuando empezaban y cómo trajeron aquel aire nuevo, o no tan nuevo, de tocar por la Avenida Basagoiti a la puerta de las tascas, temas como It’s Allright Mama de Elvis o Folsom Prison de Cash, amén de sus propias composiciones, como el inefable False Hearted Lovers Blues (Indio), haciendo las delicias de los cincuentones e introduciendo a los más jóvenes en una música con la que los primeros soñábamos recorrer las llanuras de Montana a bordo de un descapotable o una Harley Davidson. Lo que pasa es que solo teníamos a nuestro alcance un R 12 pintado con raya blanca, a lo Starsky y Huch, o un motorilo Puch Cóndor de setenta y cuatro cochinos centímetros cúbicos con el que no podías llegar ni a la puerta de la esquina. Además, nuestras guitarras siempre sonaban a coro de iglesia y, cuando viajábamos, íbamos al pueblo con la familia y allí el sueño americano era eso, un sueño que se moría rápido entre viejas vestidas de negro y mierda de gallina.

Pues eso, que, nostalgias aparte, nos cabe el orgullo de que esta gente sea de aquí, que los conozcamos en persona y que aquí sea también donde han comenzado a hacerse famosos, en los lugares, por cierto, donde debe serlo un músico a saber, los bares de vinateros y los garitos en los que aún se fuma a escondidas como en los tiempos de la Ley Seca. El comandante de los Broncos, Matt Horan, o Paco Sánchez, como prefieran llamarle, dicen que vino de allá, de tierras de indios y cowboys pero como el amor hace estragos, ahora es más de aquí que el molino de Aixerrota. Eso que ha salido ganando él y eso que nos llevamos nosotros también, porque nos ha enriquecido con su novedosa propuesta cultural.

Los Dead Bronco son los yernos que ninguna madre quiere tener, el mal ejemplo que todos queremos que nos den alguna vez, son nuestros malditos bastardos, con sus tatuajes mal hechos, sus camisetas descoloridas y sus canciones de cuatro acordes que nos ponen los pelos de punta a quienes, desgracias de la vida, crecimos soñando con hacer ondear la bandera confederada antes que la ikurriña. Sí, lo reconozco, así somos algunos de los de aquel tiempo, descastados, independientes y supervivientes de otra crisis en la que a nuestros padres también les echaron de sus trabajos, como ahora, con la diferencia de que ellos se encerraron con dos cojones en las fábricas estaca en mano esperando a que les vinieran a echar los patrones. Y algunos de nosotros, los viejos del sesenta y tantos, solo reconocemos como patria el rock’n’roll y una botella de bourbon de Kentucky. Por eso amamos a Dead Bronco y a su música. Yihaaaaaa!!!