Nunca tuve yo, esa es la verdad, querencia por los protagonismos ni afanes de lustre más allá de lo que mi condición de ciudadano de a pie, funcionario raso y sindicalista minoritario reclamaban, que era bien poco. Si acaso, puede reprochárseme que cuando me pongo ante un papel en blanco el ego se me sube y me esfuerzo por sentirme escritor, que es una palabra muy grande que, a mi parecer, pocos de los actuales merecen. A ello ha contribuido este año el desatino de una editorial al otorgar un premio literario a mi libro Una Pistola y Veinticinco Balas en el que narraba la peripecia vital de los escoltas privados en tiempos del plomo.

Supongo que habrá a quien no le guste lo que escribo como hay, eso ya lo he aprendido, a quien caigo mal por lo que pienso, por lo que hago y por lo que dejo de hacer, pero a estos no les hago el menor caso ya que a mis años prefiero ser feliz atendiendo a los que me aprecian que infeliz intentando justificarme ante quienes nunca me querrán. Como decía Machado, al cabo, nada os debo. Debéisme cuanto he escrito”.

En esta línea de pensamiento, me alegra sobremanera que este medio acoja a nuevos columnistas, personas que piensan, opinan y escriben sobre Getxo y sus circunstancias. Javier Ygartua, Miguel Malo y Roque F. Adrada, son las nuevas firmas que se incorporan a las columnas semanales de este auténtico contrapunto a la realidad del pueblo y algunos me gustan más que otros, con unos comulgo y con otros no tanto, pero a todos les doy la bienvenida, como el más veterano del grupo que soy, y deseo que sean tan felices escribiendo aquí como lo soy yo.

Porque cuando uno siente la libertad de poder expresarse como le da la gana, cuando no hay nadie que le diga: “esto está bien, pero mira a ver si lo pones de otra manera”, se da cuenta de lo que vale precisamente esa libertad, ese valor que damos por sentado de forma natural pese a perderla con tanta facilidad a manos de desalmados. Pasó durante muchos años aquí con ETA, pasa ahora en todo el mundo con el terrorismo islámico e incluso pasa más de lo necesario a pequeña escala en el reducido universo de nuestras, empresas, instituciones, colegios y hasta hogares.

En las dos semanas que han pasado desde que publicara mi última columna, he tenido que leer, además de la inmisericorde masacre de París, que hay personas aquí mismo que son capaces de subirse a una escalera para colocar cámaras en vestuarios al objeto de ver desnudas a las chicas que se cambian allí. O que entre nosotros vive también gentuza capaz de coaccionar a una menor y extorsionarla sexualmente a cambio de no divulgar imágenes que, engañada, les ha enviado previamente a estos desalmados a través de las redes sociales.

Por eso, escribir con libertad es mi refugio. Por eso, cuando la mierda me llega al cuello, que este año han sido varias veces, que alguien te diga que puedes expresarte, que no importa lo que digas, sino que lo que quiere es que seas tú el que lo diga, constituye un bálsamo tan reconfortante que ya lo demás no importa e incluso llegas a compadecerte de ese tipo de personas que basan su vida en intentar joder la de los demás.

Saludo pues a mis nuevos compañeros. Ellos constituyen el refuerzo, el séptimo de caballería siempre recibido con alegría por los buenos. Les hago sitio con mucho gusto reduciendo mi presencia a un artículo cada quincena en vez de a uno semanal y me pongo a su disposición para todo aquello que precisen. Como ese caldo de pollo que anuncian en la tele, su presencia no cuece, sino que enriquece, y todo ello es muy de agradecer porque ya nos han cocido los sesos durante demasiado tiempo con las puñeteras verdades oficiales.

P.D.: Mis condolencias a todos los ciudadanos franceses residentes en Getxo. Hago mío su lema: Liberté, Égalité, Fraternité. Aunque esta última palabra cueste un poco mantenerla.