Miguel Malo
Miguel Malo. Periodista

Todo el mundo es consciente de la crueldad que puede presentar el ser humano en algunas ocasiones, pero en momentos puntuales, esta puede llegar a límites inimaginables. Después de la tragedia ocurrida en marzo en el vuelo de Germanwings una pequeña pero considerable parte de los usuarios de redes sociales comentaban el suceso desde puntos de vista maquiavélicos: “No hagamos un drama: que en el avión iban catalanes, no personas”, decía uno. Otro caso reciente es el de un joven murciano que tuiteó estar preparando una bomba para “soltarla” el día de la final de la Copa del Rey del 30 de mayo en el Camp Nou. Todos los ciudadanos parecen estar de acuerdo en que las sendas multas que han recibido estos dos individuos son más que merecidas, y que hay que perseguir los delitos llevados a cabo en las redes sociales. Pero este tipo de páginas tienen su otra cara de la moneda, esto es, cuando los principales damnificados son los propios usuarios que “meten la pata”.

El anonimato y distanciamiento bajo el que muchos se escudan fomenta el linchamiento en las redes sociales

Según datos de Merca 2.0 de 2014, Facebook, con más de 1.000 millones de usuarios y Twitter, que cuenta con aproximadamente 600, fueron las dos redes sociales con más actividad y mayor número de inscritos. La libertad que proporciona la web para decir lo primero que a uno le viene a la cabeza o el anonimato bajo el que muchos se escudan provoca que los usuarios realicen afirmaciones muy variopintas. Por poner un ejemplo, en Twitter se publican 5.700 tweets por segundo. Esta cifra da para mucho, y además es una cantidad imposible de controlar. Es inevitable que entre tal cantidad de mensajes públicos aparezcan comentarios desafortunados. El problema surge ante la gran capacidad de difusión que tienen este tipo de páginas, haciendo que un comentario inapropiado pueda expandirse por todo el mundo en cuestión de horas. Un claro ejemplo de esto sería cuando el 20 de diciembre de 2013, una joven llamada Justine Sacco escribió antes de montar en su avión destino a Sudáfrica: “Voy a África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca”. Para cuando ella se bajó en su destino 11 horas después y conectó su móvil, ya era famosa. Estaba recibiendo una infinidad de mensajes con insultos, era trending topic mundial y fue expulsada de su trabajo.

Si Justine hubiese hecho tal comentario hace unos años, su equivocación se habría quedado entre un puñado de conocidos, pero el poder de las redes hace que una simple frase con algo de humor negro reciba un castigo excesivo. Internet es una plataforma sin apenas jurisdicción, por lo que parece que la justicia es impartida por el resto de los usuarios. Es como si hubiera vía libre para el ensañamiento contra los usuarios que cometen un error. Esto recuerda a la naturaleza social del hombre en épocas medievales, en las que personas que cometían algún tipo de delito, o acusadas de prostitución o brujería sufrían un linchamiento general por el resto de ciudadanos. La libertad que proporcionan estas webs aflora los comportamientos humanos más primitivos ya que el tomar parte activa en los cotilleos y en los culebrones está en la naturaleza del ser humano. Twitter me recuerda a la plaza del pueblo, con una horca en medio.

Cuando alguien humilla a otra persona en el mundo físico, puede ver las consecuencias de sus actos de forma inmediata, pero la empatía se pierde en el mundo virtual

Monica Lewinsky, conocida por su “affair” con el entonces presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, fue una de las primeras víctimas de la historia del linchamiento en Internet. Su escándalo salió a la luz en 1998 y 17 años después ha roto su silencio. La exbecaria de la Casa Blanca narra en una charla TED del 19 de marzo cómo estuvo al borde del suicidio y cómo le arruinaron la vida. Lewinsky matiza que “ocurrió antes de las redes sociales, pero la gente podía comentar online y enviar historias o chistes crueles por email”. Ella sentencia: “La vergüenza es un negocio. Cuanta más vergüenza, más clicks y cuantos más clicks, más ingresos por publicidad”. Lewinsky afirma que hay una crisis de empatía en Internet. Parece que el origen del problema puede estar ahí. Cuando alguien humilla a otra persona en el mundo físico, puede ver las consecuencias de sus actos de forma inmediata, pero la empatía se pierde en el mundo virtual. Aunque las consecuencias no tienen nada de virtual.

Desafortunadamente, no parece que haya una solución a este problema a corto plazo. ¿Cómo frenar el llamado “cyberbullying”, o cómo sancionar a todo un colectivo de innumerables personas, si cada una solo aporta un granito de arena al linchamiento? La respuesta de muchos sería: “Que tengan más cuidado con lo que dicen” o “Simple, que no usen esas redes sociales”. Pero en algunos casos, el linchamiento no solo se produce cuando el que comete el error ha sido quien lo ha hecho público. En otras muchas ocasiones es una tercera persona quien graba, redacta o fotografía el error y lo publica. Por lo tanto, las redes sociales son un campo sin protección y sin leyes, y el “cyberbullying” un problema serio que puede arruinar la vida de mucha gente, incluso de sus familiares, o derivar en el suicidio. Es necesario concienciar a la población, y en concreto a la gente joven, de que este es un problema grave y en un crecimiento progresivo, pero que aún estamos a tiempo de controlar promulgando las leyes adecuadas.