César Charro. 1 febrero 2015

 

Hoy empiezo sección semanal en este medio y a mucha honra. Espero que les guste y las lean todos ustedes, vecinos de Getxo, con la avidez y el interés que mi madre desearía. Si ello no fuera así, están en su derecho de apagar el ordenador e irse a ver a Belén Esteban y Olvido Hormigos durmiendo, cagando y follando en el Gran Hermano VIP. Allá cada cual, no crean que ignoro mi ínfima posición respecto a esos dos monstruos de la comunicación actual.

En cualquier caso, si deciden seguirme, les hablaré cada semana de nuestras cosas, que son las de Getxo, y tendrán ocasión de ponerme a parir en sus comentarios como hacen con el director de este medio, desde que se dedica a dar cera al gobierno municipal como si no hubiera mañana. Lo que viene siendo lo mismo que decir que desde que se dedica a ejercer el periodismo de verdad, el que requiere de compromiso y no percibe a cambio más sueldo que los ceños fruncidos de aquellos que se creen en posesión de la verdad única y las esencias de vaya usted a saber qué.

Al grano. Digo que España, ese país donde para nuestra desgracia no es cierto que empiece África, debería aprender de Getxo. ¿El qué? La convivencia, nada más ni nada menos. Verán. Aquí, en nuestro pueblo, cohabita la representación más amplia de sectores, clases y mundos que puede encontrarse en cualquier país. Fíjense bien porque no lo repetiré. La clase alta empresarial de Neguri, grandes fortunas, apellidos de rancio abolengo, empresariado fundacional de nuestra industria; la burguesía de comerciantes de Las Arenas, hoy un poco venida a menos con la crisis, los obreros de Romo, los baserritarras de Santa María, conservadores a ultranza del medio rural, los algorteños, de un poco más nivel que los romanos y menos que los areneros, los herederos de las gentes del mar del Puerto Viejo … Una sociedad de diferentes, una panoplia de mundos que, sin embargo, lejos de vivir unos a espaldas de los otros, se mezclan, comparten espacios y toman vinos en los mismos bares, a los que inundan las mismas riadas y mojan las mismas olas cuando el mar se encrespa. Bien es cierto que en épocas pasadas las circunstancias políticas contribuyeron a que no siempre esa convivencia fuera idónea y trajo sus más y sus menos. Pero hasta en los peores momentos, desde el más tirado hasta el más rico, a nadie he oído decir que no se consideraba getxotarra. Sí que es cierto que algunos barrios, como el de Romo, son depositarios de un orgullo casi de raza que les honra a mi modo de ver en la defensa de lo suyo, o que otros manifiestan estar del Alcalde, de este y de cualquiera, hasta los mismísimos.  Pero insisto, todos de Getxo.

Qué gran ejemplo, no me digan que no. Y nadie quiere marcharse. Y todos se reconocen en el escudo del lobo y los calderos. Fíjense que yo soy crítico con el Ayuntamiento pero he de reconocerle,  sin que sirva de precedente, que algo se habrá hecho bien cuando todo el mundo se identifica con su pueblo.  Y dicho esto, propongo a Rajoy que nombre un comité de expertos y los mande para acá a hablar con un quiosquero, dos tenderos y un par de viejos del puerto.

Por hoy ya basta. Les espero la semana que viene.