César Charro. 22 febrero 2015.
Decía Sir Lawrence Olivier que en una pequeña o gran ciudad o pueblo, un gran teatro es el signo visible de cultura. Y aunque algunos getxotarras menos famosos pero más realistas discrepan del aristocrático actor, lo cierto es que de un tiempo a esta parte nuestro pueblo se había convertido en un erial escénico. Me explico. Aquí hubo otrora varias salas de cine, en Algorta, Las Arenas y Romo, algunas con nombres tan magníficos como el de Gran Cinema, que huele a Visconti y a Fellini y a cine de barrio del bueno, no del de María Teresa Campos. También había un teatro municipal, el Getxo Antzoki, tan cutre y descuidado que hablaba con mucho disfavor de la cultura de los sucesivos concejales de la misma.
Quizá avergonzados de ello, o quizás no, el caso es que nuestros regidores han decidido cortar por lo sano y dotarnos de un teatro que no es un teatro, sino un templo. Un edificio emblemático, espectacular y funcional, en el que destaca ingrávido un poderoso foyer ascendente, eso dice la página oficial.
Confieso que al leer lo de “foyer”, quizá por mi simplicidad mental, imaginé una estructura fálica elevándose lujuriosa al cielo, que era ya lo que nos faltaba. Pero no, hete aquí que un foyer es un vestíbulo amplio, generalmente adyacente al auditorio. Menos mal. De todos modos, algo de marcar paquete tiene esta construcción megalómana. Entre un poco de ver quién la tiene más larga de los alcaldes de la zona y otro poco de querer pasar a la posteridad, nos han embarcado en un proyecto de más de cuarenta kilos de vellón en un momento en que a la gente la echan de unos pisos que, por no tener, no tienen ni foyer o lo tienen pequeño. Y mucha de esta gente, claro, se pregunta si era necesario, absolutamente necesario, como dice la página web del proyecto, construir un edificio cuyas lucen se vean allende los mares y cuyas ventanas de vidrios facetados compitan en magnificencia con la pirámide de Keops. ¿Dónde termina la cultura y empieza el sueño del lujo hortera? Ahí está la cuestión. Los vecinos menos finolis recriminan el gasto e incluso se atreven con el arquitecto Uriarte, que ha duplicado su salario como los peces y los panes aquellos de la Biblia. Para que digan que un político no hace milagros.
Particularmente, no puedo negar a este pueblo, que es un poco mío, su derecho a tener un edificio mejor que el de la Ópera de Sidney, ni dudar de que vaya albergar diariamente programaciones que atraigan a miles de espectadores. Ni siquiera me cabe sospechar de la capacidad de los getxotarras para pagar la cuenta de un déficit casi seguro de varios millones anuales. Pero qué quieren, cuando uno se acuerda de que las obras de Sófocles se representaban en la calle, le da por pensar si no estará la cultura más en las gentes que en los edificios. Y, pensando en ello, fui a hallar la respuesta en Basauri, donde el Ayuntamiento tiene un modesto pero limpio edificio con varios locales de ensayo y un auditorio pequeñito donde por cuatro perras puedes ir con tus amigos a tocar la guitarra y aporrear la batería. Los micros y amplis los ponen allí. Y, como la única condición es no fumar ni beber, aquello está plagado de chavales del pueblo aspirando a hacerse famosos, divirtiéndose y componiendo canciones, la mayoría horribles, pero que a ellos les hacen felices y a sus padres también. ¿Tendrá este tipo de espacios nuestro teatro o habrá que acercarse a la puerta con chaqué y pajarita?
Para crear cultura popular de la buena, para imbuir a los jóvenes de buenos y saludables hábitos artísticos, que es para lo que yo creo que ha de servir un teatro municipal, no hacía falta empeñar unos dineros que podríamos haber destinado a ayudar a nuestros vecinos que las están pasando putas por los desahucios y el paro. Teatro si, pero no así. Esta es mi opinión.