César Charro. 22 marzo 2015.

 

Nos llega la mierda al cuello. En la semana y pico que lleva la huelga de basuras, bueno de los basureros, que las basuras siguen acumulándose, señal de que la porquería no está en huelga, el deterioro de la limpieza en la calle comienza a ser alarmante. Cosas particularmente asquerosas se exhiben ante los ojos atónitos de los viandantes. Heces de perro, compresas sanguinolentas, detritos orgánicos de todo tipo se acumulan ya a la vista de todos. Solo escribirlo ya da un poco de asco, es lo que tiene vivir en un entorno tan limpio y aséptico como el nuestro.

La huelga de los trabajadores del servicio municipal de limpieza viaria y recogida de residuos comenzó el día 9 de marzo, lunes, y el gobierno vasco decretó unos servicios mínimos que en otros sectores serían considerados excesivos. Una recogida del 50% de los residuos sólidos urbanos de los contenedores, un 25% de la limpieza viaria y limpieza diaria de colegios, parques infantiles, centros sanitarios, residencias y mercados, parecerían suficientes para mantener unos índices tolerables de salubridad e incluso de estética ciudadana. No está siendo así y hay quien lo achaca a la acción de huelguistas anónimos que, al amparo de la noche, se afanan en dar vuelta a los contenedores y esparcir la mugre para visibilizar el conflicto. Es posible que algo de razón haya en quienes afirman tal cosa, pues se han podido ver contenedores volcados en varias calles y considero de todo punto imposible que la usuaria de la compresa a la que aludíamos antes la haya tirado por la ventana en apoyo de las reivindicaciones del colectivo.

Así las cosas, el consistorio ha tomado cartas en el asunto mediante un dispositivo conjunto de Policía Local y Ertzaintza destinado a prevenir la acción de los ensuciadores. A mí me parece bien, pues dando la razón a las justas reivindicaciones laborales de los trabajadores, que se la doy, entiendo que a las autoridades compete el velar por que su demanda no atente contra la salubridad pública. He visto y oído que algún sindicato con representación en el Ayuntamiento, no todos, deplora la prevención policial estableciendo un parangón de la misma con no se qué milongas represivas y tal y tal. No tienen razón. Aquí, cada cual en su sitio, los trabajadores a reivindicar y el ayuntamiento a velar por sus ciudadanos; no deja de ser este un conflicto entre una empresa y sus empleados que, aunque comprendamos, no tenemos por qué pagar todos a escote y con la demasía de que peligre nuestra salud. Ya solo nos faltaría contraer el cólera o la peste bubónica. Tengan además en cuenta que como esto se prolongue en el tiempo, empezaremos a ver ratas gordas como gatos campar a sus anchas entre los montones de basura que ya han comenzado a acumularse. Desconozco a estas alturas cuál es el estado actual de las negociaciones pero deseo que vayan por buen camino. Mientras nos enteramos de ello, el Ayuntamiento insta a las partes en conflicto a acercar posturas cuanto antes en un ejercicio de diplomacia muy de aquí que lo mismo se emplea para el conflicto de las basuras que para el conflicto vasco, aquel que decían que había y ya no.

En fin, yo para mí tengo que todo es producto de lo mismo y lo voy a contar aun a riesgo de encender la polémica. El despilfarro que ha habido en las administraciones públicas, entre ellas las locales, entre ellas la de Getxo, nos ha llevado a una situación de colapso económico en la que ya se racanea hasta el chocolate del loro. Se aprieta a las empresas adjudicatarias de servicios en las plicas hasta el límite, sin tener en cuenta sus convenios ni los compromisos adquiridos con los trabajadores. La Administración, otrora garante de ciertos aspectos sociales en su contratación, se comporta ahora como un ente empresarial más, uno particularmente despiadado por el poder de compra que maneja, fruto de sus grandes presupuestos, y, por ende, susceptible de imponer condiciones a menudo leoninas. De esta manera, la adjudicataria de un servicio público para mantener su beneficio despide personal, baja salarios y merma condiciones de colectivos que precisamente no son privilegiados, pues no puede serlo nunca quien hace de la basura su medio de vida y su sustento. Al final siempre pagan los mismos.

El despilfarro del que hablo, del que sobrados ejemplos tenemos, ha mermado las condiciones de vida de todos nosotros, de los trabajadores de las contratas, de los funcionarios sometidos a recortes y, a la postre, de los ciudadanos, que pagan más impuestos y tienen menos servicios que nunca. Puede parecer demagógico decir que si no se hubieran acometido tantas obras inútiles, tanto gasto en chorradas, ahora habría dinero para pagar lo que se debe a una empresa obligándole a mantener, sin arruinarla, sus niveles de calidad y, de paso, sus compromisos con los trabajadores. Sin embargo, es la verdad. Esta crisis ha demostrado que nos estaban engañando, nos vendían sinsorgadas tales como que siempre hay que tener un préstamo y una hipoteca, o que era bueno que los ayuntamientos tuvieran una deuda enorme porque eso era signo de que daban buen servicio al ciudadano. Explicaciones de trileros que se llevaban la pasta de todos y que hoy vemos que no eran ciertas, que lo que hay que hacer es ahorrar algo, no gastar en cosas que no nos hacen falta y, si eres un gestor público, procurar tener las cuentas al día. Como no se hizo, ahora nos vemos así y lo peor es que hay quien sigue sin reconocerlo y mira a todos lados a ver a quien se puede echar la culpa. Lo que no es de recibo es que al final la tengan los basureros.

La mierda nos llega al cuello pero no solo la de las basuras, sino la de la incompetencia que nos ha sumido en lo que hoy tenemos ante las narices, desperdicios en la calle, desahucios de convecinos, destrucción del tejido comercial y, en general, peor calidad de vida. Somos un pueblo más cutre que hace unos años, esa es la verdad, y ahí sí que alguien tiene que tener la culpa. Y no miro a nadie.