César Charro. 12 abril 2015.

 

cesar

El pasado lunes, día 6 por más señas, conocimos el hecho de que en pleno centro de Algorta se había producido una agresión de tintes homófobos. Parece mentira que todavía, en pleno siglo XXI, tengamos que estar hablando de estas cosas. Atacar a quienes mantienen otra opción sexual que no es la oficialmente fijada por la sociedad judeo cristiana de la que emanan la mayoría de nuestros hábitos sociales, es síntoma de que hay gente que no evoluciona mentalmente y que, por lo tanto, se constituye en un lastre para el avance democrático de una comunidad. Quienes son homófobos suelen ser a la vez racistas, contrarios al derecho a la igualdad de la mujer y partidarios de que a los mendigos e indigentes se les fumigue con gas sarín para que no nos cuesten dinero. Es decir, estamos ante una auténtica caterva de fascistas, descerebrados, ignorantes y parásitos, ellos si, de una sociedad a la que no aportan nada más que noticias como la que nos ocupa en las crónicas de sucesos de los diarios.

No crean que es la primera vez que pasa esto. Hace algún tiempo, en Bilbao, una pareja de chicos fueron apuñalados por besarse en la calle. Y más frecuentemente que estos hechos gravísimos, podemos palpar el rechazo contra el colectivo homosexual en muchos aspectos de la vida, desde los personajes mariquitas que nos hacen tanta gracia en el cine y el teatro, hasta  la discriminación laboral o el hecho de que nos parezca extraño, por ejemplo, que un policía pueda ser gay o lesbiana. Y los hay, si lo sabré yo.

Reprobar el comportamiento sexual de otros ha sido una constante en las vidas de los que ya peinamos canas. Nos educaron en la falta de respeto a los homosexuales, en el desprecio a las madres solteras y en el ensalzamiento de la castidad que, a la postre, no es más que abolir uno de los impulsos más naturales del ser humano. Eso si que es ir contra natura y no la sodomía. Yo, sin ir más lejos, tuve mis serios miedos a quedarme ciego cuando era joven y hubo un tiempo en que achaqué mi acné juvenil a determinadas prácticas que, según me contaba Don Alberto, mi párroco y profesor de religión, eran altamente arriesgadas para la salud física y mental. Acaso de ahí provenga esta natural tendencia que tengo a divagar sobre cualquier tema que me pongan por delante, quién sabe.

Volviendo al tema, me gustó lo rápido que se montó una concentración de repulsa en el mismo lugar del suceso y me gustó más ver la cantidad de gente que había para mostrar su rechazo. Estas cosas le dan a uno cierta esperanza sobre el futuro, porque si somos capaces de concentrarnos contra la homofobia, contra la violencia machista y contra la xenofobia, quiero creer que es porque somos un pueblo que madura, que desea ser igualitario y justo, que quiere vivir en paz. Hubo un tiempo en que aquí, en Getxo, no todos lo querían y eso fue muy traumático para todos. Lo hemos superado, creo yo.

En la concentración había mucha gente joven, representantes de varias asociaciones y políticos municipales de todas las tendencias, incluidos los de la derecha, a los que siempre se acusa de homófobos y clericalistas. También estos estereotipos van cayendo afortunadamente y al final lo relevante es que una persona fue agredida y robada por un delincuente y los vecinos estaban allí para expresar que esos comportamientos no tienen, ni tendrán ya nunca más, cabida entre los nuestros. Con esto es con lo que me quedo, con el ejemplo de la gente de mi pueblo. A estas alturas ya me importa un bledo lo que cada uno pensara del que tenía al lado, pues si coincidían en estar allí, estamos ante un magnífico punto de partida para restañar las heridas del pasado.

En fin, es ocioso decir, por evidente, que el hecho de con quién decida yacer cada uno sólo a él interesa y que no dice nada sobre sus otros aspectos como persona. Nadie es mejor ni peor en función de esta opción por más que cuatro mentecatos así lo sigan creyendo. Esto lo sabe ya todo el mundo, o debería. Lo que acaso muchos que van de macho alfa por la vida desconozcan es que en la antigua Grecia el paradigma del valor lo constituían las falanges compuestas por amantes masculinos que luchaban juntos. El no mostrar cobardía ante el amado era la razón por la que combatían con más entrega y arrojo que los guerreros ordinarios y lo que les situó en aquel tiempo en las más altas cotas de admiración popular. Hay que leer cada día un poquito, lo tengo dicho.