César Charro. 26 abril 2015.

 

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Escojo el título de una canción de los amanerados Led Zeppelin como título de mi crónica dominical no por pedantería de rockero carrozón, sino porque habla de una escalera que conducía al cielo a través del éxtasis, que es de lo que voy a hablar yo. No se asusten, ni se me ha ido la cabeza ni les voy a hablar de las bondades del LSD. Mi intención es hacerlo sobre la escalinata de la Iglesia de San Nicolás, en Algorta. Empecemos, pues.

Si algo tiene lo antiguo es que se le ha permitido serlo. Perdurar en el tiempo antes era más fácil porque hoy día los tiempos avanzan que es una barbaridad y porque, contra lo que cabría esperar, somos menos cultos y más insensibles que hace unas décadas. Cortos de vista en cuanto a nuestra historia se refiere e incapaces de apreciar el valor de aquello que tiene más de los años que a nuestra memoria le apetece recordar. Está de moda, sin embargo, eso que llaman «vintage», que en esencia consiste en recuperar muebles y cachivaches que nos retrotraen a la infancia y de los que guardamos una memoria teñida de añoranzas y melancolías. Algo de eso, imagino, llegará con el tiempo a figurar en el catálogo de antigüedades y merecerá la protección que se dispensa al patrimonio histórico. Así debe ser y yo tengo mis esperanzas puestas en Mazinger Z, un robot de mi adolescencia que tenía una novia de hojalata que estaba buenísima y disparaba sus tetas explosivas a los villanos. Quién lo fuera.

Hablando de todo esto, en Algorta hay una iglesia consagrada a San Nicolás de Bari, templo de estilo neoclásico tardío fechado entre 1845 y 1863. Semejante etiqueta ya es de por sí acreditación suficiente para hacerla merecedora de atención especial en cuanto a su conservación y de ello han de saber más los arquitectos, esos profesionales a medio camino entre la ciencia y el arte a los que siempre he profesado admiración. Por eso no entiendo la idea que anima el proyecto del Getxo Antzokia, el del edificio, no lo que tiene relación con su cometido, que tampoco. Hoy mismo, sábado, me ha pasado por las obras y he visto con mis propios ojos dos cosas dignas de comentario: la primera, que la sensación que me produce el edificio del teatro es la de un ser monstruoso que se te echa encima, tan desproporcionado es, amenazando además con aplastarte contra la pared del edificio de enfrente. Resulta agobiante ver ese muro de cristal, qué digo muro, ese acantilado, esa pared himalaya, alzándose sobre tu cabeza y comiéndose la luz que antaño tenía el lugar. La otra, que se ha eliminado la escalinata que daba acceso al pórtico de la iglesia desde la calle Basagoiti, sustituyéndola por otra en granito gris a juego con el teatro pero claramente disonante con el templo. La nueva escalera, fea como ella sola, es más empinada que la anterior e invierte su inclinación respecto del plano del suelo, con lo cual el sacro edificio aparece encajonado y torcido a la vista. Se mire por donde se mire, el efecto es desolador, carece por completo de armonía y, aunque el granito es un noble material, ha hecho esfumarse de un plumazo todo atisbo de la nobleza que presidía los pórticos de San Nicolás de Bari.

Ignoro si el asesinato de una escalera antigua, de venerables y cómodos peldaños, para sustituirla por otra como la que te lleva al agujero del metro constituye algún tipo de delito, o tal vez un pecado. En ambos casos, debería serlo. No solo se ha destruido parte de un edificio con más de ciento cincuenta años de historia en sus pilares, sino que el resultado, lejos de mejorar, es mucho peor que antes, al menos en lo que a la iglesia se refiere a la que, para ser la casa del Señor, poco respeto le han tenido. Es como si viene a comer tu hermano a casa y le sirves la sopa en un orinal.

Y no es porque no sea posible integrar modernidad y patrimonio histórico, que lo es. Miren si no la Alhóndiga de Bilbao, por poner un ejemplo. Qué maravillosa conjunción entre pasado y presente desde el que mirar al futuro. ¿No se hubieran podido conservar aquí también las escaleras antiguas, uniéndolas no con corta y pega al teatral edificio sino con respeto y buen gusto? Les digo lo mismo que Pablo Iglesias, una frase que vale para todo: Sí se puede.

Ahora ya no hay remedio, el desaguisado esta hecho y cualquier concejal al que se le pregunte defenderá, con la habitual sensibilidad de que goza el político para las artes en general, que así queda mejor y que las otras ya estaban viejas y había que quitarlas. Obras son amores y no buenas razones, que dice el refrán, y más en tiempo electoral. En mi opinión lo que procede ahora es tirar abajo la iglesia, cuyas piedras van también bastante gastadas, y construir una nueva con foyer y proyecciones de rayos láser que se vean desde la Ciudad del Vaticano para que se chinchen los de Leioa, que la tienen más pequeña. Y como aquí nadie sabe ya a estas alturas quién narices era San Nicolás de Bari y qué hizo para sentar plaza en Algorta, lo mejor será consagrarla a algún santo de por aquí, a San Javier Clemente por ejemplo, cuyos increíbles milagros todavía recordamos e incluso algunos de sus discípulos llegamos a presenciar en vivo y en directo.

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El antes y el después de las escalinatas de la Iglesia San Nicolás de Algorta al que se refiere en su columna Charro.