cesar

Estamos metidos ya en plena campaña electoral. ¿Que cómo lo sé? Fácil. Además de por los medios oficiales, prensa, radio y televisión, lo intuyo por el sinnúmero de obras públicas que padecemos desde hace algunos meses. No se me alcanza a comprender qué puede llevar a estos políticos nuestros a dejar para el último medio año de legislatura todas las obras que no realizaron durante el cuatrienio, porque subjetivamente pienso que ponernos patas arriba de golpe despanzurrando calles, cortando sentidos circulatorios e inaugurando parques de forma atropellada y sin catering alguno, debería restar votos por las molestias que genera tal diarrea de reformas urgentes que durante los otros tres años y medio no lo fueron. Objetivamente, sin embargo, debe ser lo contrario, porque todos lo hacen, siempre es así y, además, no parece afectar al voto del ciudadano.

El concejal socialista Luis Almansa, jubileta ya en un abrir y cerrar de ojos, lo dijo en una ocasión y a mi se me quedó grabado: «esta ha sido una legislatura sabática». Hasta ahora.

Al revés que en todas las religiones, aquí han descansado seis días para trabajar al séptimo. Y ya. ¿Alguien puede hacer un recuento de lo que en estos cuatro años se ha hecho en el pueblo y para el pueblo? Puede que la edad esté empezando a jugarme malas pasadas a la hora de recordar pero, aparte de obras presupuestadas en la anterior, como la del dichoso teatro, lo demás ha sido un pasar sin hacer ruido para no pifiarla. Se ve que han pensado que un gobierno en minoría, que funciona a base de prorrogar el presupuesto año tras año con las limitaciones que ello implica, debe de estar calladito, no salir mucho en ningún lado y dejar así, en un suave discurrir, que pasen los días sin sobresaltos hasta llegar a la nueva cita electoral y luego, ya a vista de meta, esprintar. No le va mal la estrategia al PNV si reparamos en que llevan toda la vida mandando, toda la vida democrática, se entiende.

A mí, pero eso es a mí, me parece un despropósito que votemos siempre al mismo, qué quieren que les diga. Afirmación tan categórica, para que no moleste a nadie, la hago dedicándola a todo el arco partidario y en general. Que los ciudadanos tengamos en el mano el poder cambiar algo para no hacerlo, no me agrada en absoluto. Aunque sea por curiosidad, tendríamos que votar a alguien diferente de vez en cuando más que nada porque es inevitable que quien lleve treinta años en el mando tienda a pensar que el poder es suyo, que el pueblo es suyo y que todos quienes lo habitamos somos suyos y estamos a su disposición. Y, como de su propiedad, que pueden manejarlo a su antojo y libre albedrío según convenga a los intereses del partido, o al suyo propio, en lugar de a los de los ciudadanos. Si por mí fuera, daría la batuta cada legislatura a uno distinto a ver qué pasaba, pero cada vez que planteo esta solución al estancamiento político actual hay quien me acusa de frívolo y falto de neuronas. Hasta con gente de Podemos lo he hablado y me han dicho lo mismo. Una de dos, o en esto de la opinión política estoy más avanzado, o mucho más retrasado que el común de mis conciudadanos.

En este punto y viendo que, según todos los pronósticos, las cosas seguirán lo mismo que siempre, solo queda desear que cambien, si no las caras, que tampoco lo hacen mucho en la mayoría de siglas, sí la ilusión con la que vengan, los planteamientos de lo que haya que hacer y, si se puede, la responsabilidad con la que unos y otros se conduzcan desde sus sillones para intentar que la próxima legislatura no sea de nuevo perdida. Creo que Getxo no se merece protagonizar otros cuatro años el Día de la Marmota, aquel en que cuando amanecía volvían a repetirse paso a paso todos los momentos del anterior en un bucle desesperante para su protagonista. Personalmente confío para ello en que los de GUK, que parece que pueden conseguir representación, meneen un poco el cotarro. Ojo, no digo a nadie que les vote, ni que no, pero como novedad, unas siglas bajo la que tienen cabida personas, ideas y objetivos tan dispares, forzosamente nos tienen que entretener de no ser que, llegados al primer Pleno y visto lo que allí acontezca, les de el bajón y se sumerjan en esa languidez de que hacen gala sus compañeros de otros grupos políticos. Es la trampa en que ha caído Bildu, que de tigres pasaron a gatos domésticos y domesticados en un abrir y cerrar de ojos, y es el riesgo que se corre siempre cuando a uno le abren las puertas de ese mundo de oropeles al que llaman poder y que a tantos sorbe el seso, poco o mucho, con el que llegaron a sus puertas.

De la política hay gente que ya no espera nada. Yo sí. Yo espero que los aspirantes a tronistas para la próxima legislatura sean honrados, trabajadores y limpios y que nos gobiernen con una sonrisa en vez de con cara de palo. Pediría, de igual manera, que dejaran en el armario esos trajes grises y aburridos y se vistieran más alegres y a la moda y que incluso entre ellos, si puede ser, surgiera algún dandy como en su día lo fue Alberto Pradera; o un tipo alegre y cachondo como aquel concejal popular al que llamaban Bisbal y que iba de copas por Bilbao hasta las tantas. Y como por pedir que no quede, un Alcalde con la amabilidad y el carisma que tuvo el profesor Tierno Galván en Madrid, su ciudad de toda la vida, a la que cambió para siempre. ¿Será mucho pedir?