Hay veces, así somos las personas, que nos mostramos incapaces de apreciar lo que tenemos, lo bueno que tenemos. En estas ocasiones, por cierto, acostumbramos a valorar las cosas bien cuando las hemos perdido, o bien cuando las poseen otros. Hasta ese momento, como a veces pasa en los matrimonios y en el amor verdadero, términos no siempre sinónimos, esos objetos, personas, sensaciones, vivencias, etcétera, estaban ahí y no les hacíamos demasiado caso porque nos habíamos acostumbrado a ellos y dábamos por sentado que nos pertenecerían siempre.
Hablando de todo esto, dicen que van a cerrar la cafetería del parque de Usategui por no se qué problemas relacionados con el vencimiento de la concesión y otras zarandajas que por mucho papel que importen en los despachos, jamás estarán a la altura de la desgracia que supone la pérdida irreemplazable de sus hermosas vistas mientras tomamos una copa o sorbemos un café. En estos casos, incluso, que la copa no esté servida según los estándares de excelencia a los que como buenos vizcaínos estamos acostumbrados o que el café no sea signo de Juan Valdés, el catador bigotudo del anuncio, es lo de menos. Verse incendiar el mar en el ocaso del verano desde una terraza fresca o contemplar las olas amenazando la costa en invierno desde la cómoda seguridad que dan una butaca mullida y una copa de balón terciada de brandy, eso si que es lo más. No me extraña que en Getxo vaya tan poca gente al cine. ¿Para qué?
Yo he ido a la cafetería Usategui muchas veces cuando mi hijo era pequeño porque su amplitud y condiciones son ideales para, aunque tengas un niño pequeño, poder disfrutar de un momento de relax. Ahora que el crío es casi un hombre y yo soy casi un viejo, voy también de vez en cuando a charlar tranquilo con mi gente o a imaginarme historias yo solo para luego andar contándolas por ahí a gente que no conozco, ni falta que hace.
Para quien no haya estado nunca, que serán pocos en el pueblo, diré que su emplazamiento constituye un balcón privilegiado desde el que se divisa toda la bahía del Abra, Ereaga, el superpuerto y el mar abierto por donde se pierden los ferrys camino de ciudades con tantas remembranzas como Portsmouth o Southampton, allá en la Inglaterra de los gentlemen, los negreros y el té de las cinco de la tarde. También se ve Castro Urdiales, lo cual es importante, qué duda cabe, desde el punto de vista estratégico por si declaramos la guerra a los cántabros, o ellos a nosotros, cuando todos nos independicemos de España y expandir tan magros territorios sea la prioridad.
Uno no es que sea Marco Polo, ya me entienden, pero ha viajado lo suficiente para poder afirmar sin miedo al ridículo que pocas panorámicas así ha tenido el placer de disfrutar. Ni el Mediterráneo, ni el Océano Atlántico, ni el Caribe color turquesa tienen la personalidad de este pequeño mar nuestro al que tuvieron la mala idea de llamar Cantábrico y no como debería haberse llamado, que es el mar Euskérico, o el mar de los vascos y las vascas. Su fuerza cuando se enfada y su luz matizada, suave, en los días claros, son, ya digo, diferentes. Los anteriores son excesivos, de todo o nada, sin atención al detalle. O mucha luz o mucha calma o mucha temperatura. Son como ese novio guapo pero soso que muchas mujeres tienen alguna vez en la vida antes de casarse con un feo con personalidad. Aún a riesgo de haber divagado un poco, cosa a la que soy lamentablemente proclive, todo esto nos ofrece, todavía en presente, el café de Usategui, que es del ayuntamiento, o sea de todos los getxotarras.
Ante el temor de que tamaña debacle se consume, algunos vecinos idealistas se han movilizado pidiendo firmas contra el cierre y parece ser que tienen ya algunos miles. Me parece bien. Creo que hay cosas que, con el debido respeto, se deben demandar de quien tiene el poder para ello y una es esta. Sin embargo, temo que el gesto, aunque poderoso, se quede corto. Fíjense ustedes que hay sitios en que por disfrutar de vistas peores, le cobran a uno cierta cantidad, como si se pudiera poner precio a lo que captura tu retina. ¿No podría señalarse este mirador en las guías como punto de interés turístico, que lo es y mucho, poner indicadores y redirigir el tráfico de visitantes hacia ese punto? De este modo, creo que sería rentable mantener abierta la cafetería y no perderíamos un lugar tan emblemático. No es más que una idea, lo sé. Quizá no la mejor, tal vez existan espinosas cuestiones burocráticas que se me escapan, pero llevo creyendo toda la vida que tenemos infravalorado el potencial de nuestro pueblo de cara al visitante y que es hora de ponerlo donde se merece.
Ahora mismo estoy escribiendo esto desde Lanzarote, con la línea de volcanes de Timanfaya a mi derecha y el océano calmo y ligeramente brumoso a la izquierda y qué quieren que les diga, pero si no fuera por la temperatura, yo de casa no me muevo.
Como contestacion a tu escrito, que me parece muy oportuno y qye comparto totalmente, quiero precisarte que no hace falta poner nombre euskerico a nuestro mar, pues si consultas cualquier carta marina, que no sea francesa, esto no es el mar cantábrico, sino el Golfo de Vizcaya (los franceses que son tan suyos le llaman el Golfo de Gascuña).