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Tiempos de cólera

Añoro los tiempos, no tan lejanos, en que las noticias más importantes del verano eran el Tour de Francia en la placidez de las calurosas sobremesas y las “serpientes de verano” para rellenar páginas.

Ahora la actualidad nos arrolla a velocidades de vértigo y apenas has digerido una noticia, mala, cuando ya ha saltado otra, peor. No pensaba hablar de esto, y ya mismo se está quedando anticuado, pero no ha quedado más remedio.

Incalificable es el único adjetivo que se le puede poner a la masacre de Niza, lo demás está ya dicho y repetido

Tenemos, otra más, la incalificable masacre de Niza. Es el único adjetivo que se le puede poner, lo demás está ya dicho y repetido hasta la saciedad. Además, me temo que estamos cayendo en el viejo error, que algunas mentes sensatas ya quisieron corregir en otros tiempos, con otros terrorismos: exceso de información. El terrorista busca y necesita eso, repercusión en los medios y extender el terror a toda la población. Y les estamos ayudando.

Hace nada, hemos tenido otro heroico guerrero del Islam que ha atacado con un hacha a los pasajeros de un tren de cercanías en Alemania: varios herido críticos. Éste acababa de obtener el estatus de refugiado. ¡Magnífico argumento para los ultras!

Sólo nos queda esperar que los estadistas europeos aporten soluciones para reconducir las cosas. Los nuestros ni están ni se les espera

Con esto, más los refugiados, el “Brexit” y algunas otras cosas, la ultraderecha europea, que tiene la varita mágica para arreglarlo todo (¿por qué no la sacan ya?) se frota las manos con fruición. Es tan fácil empezar a quemar mezquitas, obligarles a que lleven la media luna en un lugar visible y abrir campos de concentración. Ya tenemos algunos, aunque los llamamos campos de refugiados, y los guetos también están ahí… desde hace tiempo.

Sólo nos queda esperar que los estadistas europeos se comporten como deben y sean capaces de aportar soluciones para reconducir las cosas; no los nuestros, por cierto, que ni están ni se los espera. Y, al otro lado del Atlántico, se cierne amenazante la sombra de “Pato” Donald Trump. ¡Vaya porvenir!

También está el reciente atentado en el aeropuerto de Estambul, que casi se nos había olvidado, y después, sin apenas tiempo para respirar, van los militares y nos montan ese golpe de opereta que casi parece una asonada decimonónica, combatida por Erdogan con las redes sociales del siglo XXI. Pero, que no se nos olvide, sobre todo a él, el pueblo se echó a la calle a defender la democracia; la democracia que le había elegido como presidente. Es muy importante tenerlo en cuenta.

Lo verdaderamente triste y lamentable son los muertos y heridos

Y los servicios secretos y la policía, que aparentemente no se habían enterado de nada, a las pocas horas ya sabían quiénes eran los malos y detenían a militares rebeldes (lógico), jueces (¿para garantizar la equidad ante la justicia?), maestros (¡cuánto me suena de otras guerras cercanas!) y a alguno que pasaba por allí. Me recuerda tanto la conocida anécdota (real o no) del epicentro del movimiento sísmico, de nuestra entrañable “gloriosa dictadura”.

Lo verdaderamente triste y lamentable son los muertos y heridos. Los de Niza, los de Turquía (muchos más, por cierto), heridos críticos y posibles muertos en Alemania, y los que vendrán; sin olvidar los que mueren todos los días en Siria (5 años de guerra), en los campos de refugiados, o en ese Mediterráneo que se está convirtiendo en el “Mar de los Muertos”.

Por si no la sabéis, la historia del epicentro mencionada arriba, es como sigue. En una remota comandancia de la Guardia Civil se recibe un día un telegrama de Madrid: “Se ha detectado un movimiento sísmico en su zona. Localicen el epicentro”. A los pocos días (un poco más lentos que los turcos), el comandante de puesto responde: “Movimiento completamente desarticulado, 50 sospechosos detenidos. El epicentro es un sujeto muy peligroso, lo estamos interrogando y caerán más. Por otra parte, ¡el otro día hemos tenido un terremoto de la hostia!”