Acabamos de pasar, como todos los años, por el poco agradable trámite de cambiar el horario. El último fin de semana de octubre por decreto de la Unión Europea (Directiva Comunitaria lo llaman), damos el portazo al verano y pasamos al horario de invierno: retrasar una hora los relojes.
¡Que tristeza! Entrar a trabajar de noche y salir de noche, vaya contraste con la alegría del cambio en marzo de cara a la primavera y el verano, más horas de sol y la perspectiva de las próximas vacaciones y el buen tiempo.
Con el cambio actual y por la evolución natural de las estaciones, los días se van haciendo más cortos.
Lógicamente, con el cambio actual y por la evolución natural de las estaciones, los días se van haciendo más cortos. Cada vez hay menos horas de luz solar hasta el solsticio de invierno en que la situación se revierte y de nuevo empiezan a aumentar las horas de luz natural.
Como es sabido, el cambio de hora intenta ajustar los horarios de trabajo a las horas solares de modo que se supone que hay luz natural cuando uno se levanta para salir de casa y empieza a anochecer cuando vuelve.
Se justifica con un supuesto ahorro energético basado en estudios teóricos hechos hacia los años 70 del siglo XX. Aunque históricamente hubo cambios en algunos países durante las Guerras Mundiales, los primeros cambios de horario más o menos regulares son de esos años, coincidiendo con el susto de la primera gran crisis del petróleo en 1973/74 cuando los árabes cortaron el grifo a Europa. Desde entonces, se empieza a adoptar por muchos países haciendo los cambios en diferentes fechas. Como eso es un desmadre para las relaciones internacionales, finalmente la Unión Europea arregla el desaguisado en el 2000 unificando los cambios el último fin de semana de marzo (horario de verano) y el último de octubre (horario de invierno) para todos los estados miembros: Directiva 2000/84/CE.
Cada vez hay más contestación social a este tema. Me parece lógico porque el cambio se basa en estudios que se hicieron hace unos 40 años y que nunca se han revisado oficialmente a pesar de lo que han cambiado las cosas en tantos años. Hay estudios de diferentes asociaciones, universidades y otras entidades, tanto a favor del cambio, aduciendo ahorros reales, como otros que ponen en tela de juicio el supuesto ahorro, incluso hablando de mayores consumos de energía. En lo que hay bastante coincidencia es en que, en todo caso, el ahorro es insignificante. Reconozco que podría estar bien como medida de concienciación, siempre acompañado de otras muchas medidas más costosas y complejas para las que las autoridades en general, se hacen “los orejas” o los suecos.
Parece claro que el cambio tiene efectos nocivos sobre la salud.
Ya se ve que yo no soy muy partidario del cambio de hora. Según los datos que nos dan en las noticias, el posible ahorro se ha cifrado este año en España en un 5% de nuestra factura energética. Teniendo en cuenta que para hacer esa estimación (no conozco el detalle) se utilizarán datos estadísticos, introduciendo muchas asunciones y coeficientes de corrección, estoy seguro que el margen de error oscilará en unos porcentajes mayores que ese 5%, con lo cual no sabemos nada con certeza: podemos tener más ahorro o incluso mayor gasto. Nos estamos moviendo en una incertidumbre total.
Por otra parte, parece claro que el cambio tiene efectos nocivos sobre la salud. Sobre esto hay bastantes coincidencias. Incluso aunque te intenten convencer de lo contrario se contradicen en sus declaraciones. Este año ha aparecido una noticia en la que nos dicen que la influencia es mínima, para luego reconocer que “puede tener alguna incidencia en niños, mayores y personas especialmente sensibles”. O sea, casi nadie: según nuestra pirámide demográfica, entre menores de 10 años y mayores de 60 tenemos en España como un 40% de la población (según un informe de Eurostat de 2014). Si sumamos esas “personas sensibles” que, lógicamente no sabemos cuántas son, podríamos estar hablando de un 50% de la población: unos 23 millones de personas ¡nada!
Los analistas coinciden que España no está en el huso horario más adecuado a su posición geográfica. Estaríamos mejor de acuerdo al meridiano “0” el de Greenwich, como Inglaterra y Portugal, lo que se conoce como GMT (Greenwich Meridian Time) puesto que más de la mitad de la península está al oeste del mismo. Estamos una hora por delante (GMT+1). Esto se lo debemos, como tantas otras cosas, a Franco que en 1940 decidió alinearse con el horario alemán para tener más tiempo de hablar de sus cosas con Hitler, en gallego supongo.
se nos acusa de que nuestros horarios son desastrosos: dedicamos mucho tiempo a comer, pasamos tiempo al aire libre, cenamos muy tarde, trasnochamos, etc. es decir: vivimos, ¿es eso lo que nos quieren quitar?
El caso es que desde entonces estamos así. Los gallegos hace tiempo que reclaman el horario de Greenwich, lo que parece lógico puesto que ellos sí que están en el mismo meridiano que Portugal, además de tener mucho en común. Este año se han sumado a las reclamaciones la Comunidad Balear y algunas del Mediterráneo, que consideran que, para complicar un poco más las cosas, les iría mejor mantener el horario de verano (GMT+2) dado que gran parte de sus ingresos viene del turismo, que no madruga si no que tiende a realizar actividades al aire libre y con luz solar a lo largo del día. Por lo tanto, esto alargaría el día como pasa en verano, máxime al ser regiones situadas al este.
A pesar de que mucha gente está de acuerdo en que nuestra hora debería coincidir con la de Greenwich, incluso los políticos (rarísimo que estén de acuerdo en algo), el hecho es que nadie lo ha cambiado.
También se nos acusa de que nuestros horarios son desastrosos: partimos la jornada y dedicamos mucho tiempo a comer, pasamos tiempo al aire libre, cenamos muy tarde, trasnochamos, etc. es decir: vivimos, ¿es eso lo que nos quieren quitar? Dedicamos tiempo a comer y comemos bien, no la comida basura que comen los europeos: una ensalada plastificada, sin desconectar ni moverse del puesto de trabajo. Además, hay privilegiados que hasta echan una siesta; eso sí: “la siesta es buenísima para la salud” –dicen los expertos con envidia. También envidian la “dieta mediterránea”.
Trasnochamos porque el clima lo permite, igual que los otros países del sur, italianos, griegos, croatas, etc. y porque somos sociables. Los centroeuropeos y nórdicos también trasnochan cuando el tiempo los deja y si no, ven TV en casa más o menos igual que nosotros, y se emborrachan a solas. Está clarísimo que en cuanto vienen a vivir aquí, adoptan nuestras costumbres sin ninguna queja ni esfuerzo.
¿Qué nos quieren vender? Otro argumento recurrente es que nuestro horario es muy malo para la conciliación familiar. Lo que es malísimo para la conciliación es el hecho de que ambos miembros de la pareja tengan que trabajar un mínimo de 10 o 12 horas diarias más desplazamientos, para poder sobrevivir.
En definitiva, parece ser que el horario que nos quieren imponer es bueno para el trabajo: eso debe ser lo único que importa.
Claro que esta pensado para el trabajo. Rajoy, por eso y a la vista del futuro inmediato, prometió volver al de antes.
A muchos nos da lo mismo. Antes y ahora nos seguimos levantando amanecido y nos seguimos acostando anochecido y lo de cambiar la hora no es ninguna molestia. La cambia el propio reloj mientras dormimos.
Lo del cambio horario se hizo pensando en que a los parados, jubilados, incapacitados e incluso a los muertos así como a los arruinados lo mismo que a los millonarios, bien apañaos, no les importaba para nada el que a las dos fuesen las tres o las cuatro y en tal caso el cambio horario se la traería al pairo a la mayoría y a aquel montón de sabios que estudiaron durante meses el asuntillo les habría venido muy bien para justificar su trabajo dejando la puerta abierta para volver a estudiar las ventajas del volver atrás sin que nadie protestase de tamaña tropelía.